viernes, 9 de julio de 2010

Martí como orador

En nuestra Cápsula Martiana de hoy veremos a nuestro apóstol como orador. Martí dijo: “Los oradores deben ser como los faros: visibles a muy larga distancia”.

El 21 de enero de 1881, Martí habló ante un auditorio muy especial: el Club de Comercio en Caracas, Venezuela, conquistando como siempre al auditorio. Un joven presente, queriendo dejar constancia de su emoción escribió entre otras frases ésta que me parece muy elocuente: “Martí no era un hombre, era un genio viviente de la inspiración”.

Se convirtió en muy frecuente que jóvenes en Venezuela, México, Guatemala y otros países le pidieran al apóstol les ofreciera clases de oratoria.

El general Máximo Gómez, dominicano que lo acompañó en la última guerra por la libertad de Cuba, lo llamó: “El mago de la palabra”.

Veamos ahora a un conocido intelectual guatemalteco como se expresa de Martí como orador:

“Su palabra más bien; porque Martí fue ante todo un orador. La verbosidad seductora de su plática se volvía grandiosa elocuencia en la tribuna. No conozco en toda la América un orador de su talla; ni creo pueda olvidarla jamás quien haya oído uno de sus maravillosos discursos. Aquel joven afable, modesto, que
tan bien sabía escuchar, que anhelaba borrarse ante todos, y se esforzaba en cualquier parte por hacerse pequeño, por ocupar el último sitio, en la tribuna era otro: sentíase en su puesto, se erguía con la conciencia de su fuerza dominadora, se crecía, se agigantaba, y domador magnífico del verbo, soltaba los raudales de su impetuosa palabra, saliéndose del cauce que había preparado quizás; y cabalgando sin bridas en el Pegaso alado; sin una pausa, ni una vacilación, ni un desfallecimiento, discutía, enseñaba, convencía, increpaba, apostrofaba, peroraba soberbiamente, amplio el gesto, robusta la voz, despidiendo rayos la pupila, sin buscar jamás un efecto, desdeñoso de todo lugar común, encontrando frases que eran sólo suyas, giros que rompían los moldes aceptados, incorrectos a veces, originales siempre y a menudo geniales, tal vez inconsciente de la admiración que despertaba en torno suyo, arrebatando en su velo de águila a todas las almas, y fincando el poder de su elocuencia en su fe hermosa, en el ejemplo de su noble vida, en la grandeza de su ideal y en la sinceridad simpática de su emoción.”

Domingo Estrada
(1855-1901)
Diplomático y literato guatemalteco

No hay comentarios:

Publicar un comentario